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jueves, 25 de diciembre de 2014

Capítulo 8.

Evalúo mi propio reflejo frente al espejo de mi habitación.
Llevaría así como diez minutos. Mi pelo castaño completamente revuelto caía sobre mis hombros a su antojo, y los leves surcos violáceos que enmarcaban mis ojos se hacían cada vez más visibles a causa de lo mal que había dormido los últimos días.
Conclusión: estaba hecha un desastre, aunque tampoco pensaba arreglarme.

Bostecé, y pude detectar aquel repugnante olor que surge de las bocas de todos los humanos del mundo al despertar. Arreglarme tal vez no, pero un buen lavado de dientes no me lo quitaba nadie.
Había dormido hasta tarde, y cuando desperté debía de ser la hora de la comida.
Los días anteriores apenas había descansado: me acostaba tarde y me levantaba temprano por culpa de mis padres y de los trabajos de casa que me mandaban hacer como escarmiento.
Di gracias a que ya era sábado, mi día libre.

Me levanté a duras penas y me dirigí al baño. Una ducha de agua fría era lo que necesitaba, definitivamente. El día anterior me lo había pasado limpiando a fondo la apestosa y desordenada habitación de mi hermano, por lo que había acabado sudando a mares. Sin embargo, ni siquiera me dio tiempo a pensar en darme un baño porque en cuanto me tumbé en mi cama para descansar «5 segundos», me dormí.
(Nota para mí: cambiar de sábanas lo antes posible).


—¿Dónde están mamá y papá? —le pregunté a mi hermano mientras me sentaba a su lado en el sofá, no sin antes haberme abierto una lata de Sprite como desayuno-almuerzo.
—Mamá salió esta mañana para yo-qué-sé-qué-cosa y no volverá hasta dentro de unas horas. Y papá... no tengo ni idea de dónde está papá —respondió sin apartar los ojos del televisor.
—Vale. Voy a comer, ¿quieres?
—No, ya lo he hecho.
—De acuerdo —asentí, mientras me levantaba del sofá—. Ah, y quita los pies de encima de la mesa. Es de mala educación, y anti higiénico.
Es de mala educación —se burló.


—Eh, unos amigos me han invitado para ir al cine. Me voy.
Escuché la voz del apestoso y desordenado adolescente que tengo como hermano desde la entrada de la cocina.
—¿Llevas dinero?
—Sí.
—¿El teléfono?
—También.
—¿Vas a beber?
—Que sí... Espera, no.
—¿Y a consumir drogas?
—¡Tampoco!
—Bien. No estropees tu vida de esa manera pequeño aprendiz —le miré por primera vez desde que había empezado aquella conversación.
Me llevé el último tenedor de macarrones a la boca.
—Muy graciosa. ¿Me prestas las llaves de casa?
Dejé el plato en el lavavajillas y me dirigí el pequeño librero con cajones que hace la vez de recibidor en la entrada de casa. Saqué lo que buscaba y se las entregué a Javier.
—No me las pierdas.
Salió por la puerta con el monopatín y tomó camino calle abajo a bastante velocidad. Yo me quedé bajo el umbral de la puerta viendo cómo se marchaba. Un día de estos se va a estrellar y yo estaré ahí para verlo. Tengo esa esperanza.
Ya entraba de nuevo a casa cuando me volví hacia la carretera al escuchar el rugir de un motor. Frente a mí se volvía a encontrar la perfecta silueta del chico que no había hecho más que incordiarme desde que le conocí.
—¿Acaso me estás cogiendo cariño, Parnell? —le pregunté en tono burlón.
Él había bajado de la moto y se dirigía con paso firme hacia el porche.
—Más quisieras. No, vengo a hacer el trabajo de arte. Ya sabes, ese que es por parejas y que nos puso la profesora a traición... —me aclaró. Seguramente al ver mi cara de desconcierto.
—Sé cuál dices, pero pensé que no ibas a querer hacerlo. No tienes pinta de que te importe mucho el sacar buenas notas.
—No me gusta estudiar, como a nadie, pero si hay que sacar buenas notas, se sacan. Cuando quiero aplicarme me aplico. Las apariencias engañan, princesa.
Y apartándome de la puerta, pasó a casa. Puse los ojos en blanco y, suspirando, cerré la puerta tras de mí.
«Al menos esta vez ha entrado por la puerta. Vamos avanzando», pensé.

Bajamos al sótano, donde mi madre guardaba todos sus trastos de arte desde aquella vez en la que le dio uno de sus lapsus y se propuso llegar a ser una gran pintora.
«Seré una de las mejores artistas que haya pisado este mundo. Me apuntaré a clases de pintura y cuando esté lista, presentaré mis proyectos a todos los museos del país, ¡y del mundo!. Pero no reconocerán mi talento y me convertiré en una de esas pintoras cuyas obras de arte no serán apreciadas hasta el día de mi muerte. Entonces ganaré tanto dinero que me nombrarán emperatriz del cielo, o algo así, y me compraré un chalet con piscina climatizada en la ciudad más famosa de las alturas».
Abandonó su sueño dos semanas después.

—¿Qué vamos a hacer?
Estábamos sentados en unos taburetes en medio de la sala; uno frente al otro, con los atriles entre medio.
—Ni idea. Tú solo dibuja algo con lo que pudieras describirme y ya está. Ya sé que puede ser difícil para ti porque eres un poco corta. Pero ya verás como te vendrá algo.
—Ja-ja.
Aunque me había molestado ese comentario, lo cierto es que sí necesité mi tiempo para pensar en el dibujo.
Le daba vueltas a la cabeza una y otra vez mientras observaba cómo él cogía pintura únicamente negra con un pincel bastante delgado y lo llevaba hasta su lienzo. Qué concentración.
—Listo —concluyó solo cinco minutos después.
Yo todavía no había movido un solo dedo.
—¿Qué? Pero...
—Eres muy lenta. Pero como eso ya lo sabes, no te lo voy a echar en cara. Adelante, sigue con los tuyo. Yo te espero.


Media hora y ya lo tenía terminado.
Había necesitado bastante tiempo en pensar qué hacer, para acabar dibujando algo totalmente simple en medio del lienzo: unas alas completamente negras -muy bien dibujadas comparadas con otros de mis trabajos de dibujo anteriores, he de añadir- con algunos detalles en blanco, marcando las plumas e intentando darle mayor realidad a la pintura.

—Vaya... —dijo Scott al ver mi dibujo.
—Sí: vaya —contesté yo con la misma cara de asombro al ver el suyo.
Mi dibujo era exacto al suyo (quizás un poco mejor). La única diferencia es que sus alas eran blancas. Había utilizado el mismo blanco impoluto del lienzo como relleno, y había usado el negro para marcar el contorno y los detalles.
En ningún momento antes de acabar mi dibujo yo había visto lo que Scott dibujó con anterioridad y, siendo objetivos, es prácticamente imposible que hubiésemos pensado lo mismo.
—Y, ¿qué significan las alas negras, exactamente?
—Pues... —dudé— No lo tengo claro. Podrías interpretarlo de muchas maneras, yo creo. Pero posiblemente los misterioso que eres... Y lo horrendo. Eso también.
—Bueno, podré vivir con eso.
—Y las halas blancas, ¿qué significan?
Se quedó parado unos cuantos segundos observándonos al dibujo y a mí alternativamente, después dijo:
—Eres una niña buena. Demasiado, diría yo.
Se me quedó mirando otro largo rato con esos intensos ojos azules mientras yo notaba cómo comenzaba a subir el calor a mis mejillas. Estaba ardiendo.
—Y horrenda. También eres horrenda.

Preparé café para los dos y me senté a su lado en el amplio sofá. Cada uno en una punta.
—¿Puedo hacerte un par de preguntas? —pregunté, rompiendo de repente el silencio.
—Siempre que nos vemos las haces.
—Siempre que las hago no me contestas adecuadamente.
Touché.
Apagué la tele y me giré hacia él.
—¿Qué os pasa a ti y a tu banda esa últimamente? ¿Qué problema tenéis?
—¿Perdona?
—Sí, no me mires así. Me refiero a que por qué mierdas andáis, o andan, disparando a quien se encuentran por ahí y por qué parece que están donde yo estoy.
—Mira, lo que pase con nosotros no es asunto tuyo. Demasiado es que sabes que yo estoy metido en este jaleo. Y sola y únicamente para que te calles, voy a concederte el dichoso placer de responderte a una pregunta. Venga, apremia.
—¿Por qué estoy metida en este lío? —pregunté de una, ya un poco enfadada.
—Porque esta gente quiere secuestrarte. ¿Contenta?
—Já, pues no —contesté indignada—. Exijo que me expliques más cosas. No puedes decirme que estoy en medio de una tremenda mafia de película, que ha aparecido de un día para otro así como así y esperar que no te interrogue más, ¡la hostia!
—Relájate.
—¿Que me relaje? ¿Enserio me acabas de decir eso, Parnell?
Estaba que echaba humo. Me dolía fuertemente la cabeza y necesitaba desahogarme. Todo esto parecía sacado de una telenovela o algo por el estilo.
Entonces se echó hacia delante en un ágil movimiento agarrándome por los brazos y pegándome al sofá de un golpe. Con eso, él no había quedado a más de seis centímetros de mi cara, con su cuerpo cubriendo completamente al mío.
—Escúchame, princesa, todo lo que te tenga que decir te lo diré cuando sea necesario, ¿vale? Así que por favor, cálmate. Por-favor.
El corazón ahora me latía a saber a cuántas pulsaciones por segundo, y no conseguía controlarlo. Mi cara sería un poema, sin lugar a dudas. Y con respecto a lo de calmarme, si no hubiese sido porque tenía encima al chico que conseguía acelerarme el pulso solo con su presencia, seguro que lo hubiese conseguido.
—Deberías verte ahora mismo... —susurró haciéndose hacia delante, muy cerca de mis labios—. En serio, deberías hacerlo. Estás muy graciosa.
Se levantó con la misma agilidad con la que había conseguido tumbarme y se sentó de nuevo en el lugar en el que estaba sentado.

La cama, una manta, un chocolate con leche caliente y mis calcetines de andar por casa peluditos de Pikachu fueron mi cita de esa noche. Me quedé hasta tarde viendo vídeos con el portátil y los auriculares mientras mis padres y mi hermano veían en el salón una película que acababan de estrenar en cines pero que mi padre había descargado por internet.
Esa noche me dormí sobre las dos de la madrugada, al terminar de ver el último vídeo subido por un chico de YouTube que me gusta mucho. Pero no habría dormido más de tres cuartos de hora cuando abrí los ojos de golpe, como movida por un resorte. Tenía la sensación irracional de que alguien me estaba observando.
Se me escapó un agudo grito al descubrir a una chica mirándome desde la gran ventana que daba al corto balcón de mi habitación (nueva nota para mí: electrificar el ventanal).
Al segundo que gritar, ella se acercó a mi a gran velocidad, tapándome la boca.
—Shhhh...
No tardé demasiado en asimilar quién era y callarme.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué me abordáis de esta manera? ¡Compraos una vida, hostia!
—Tienes que venir conmigo.
—Ala, ¡así de golpe! Sin invitación siquiera. Qué modales —ironicé.
—Nerea, va enserio. Tienes que venir conmigo. No es una opción.
—Déjame dormir —me acosté de nuevo en mi cama.
—No, si dormir, vas a dormir muy bien...
Y entonces sentí un trapo húmedo pegado a mis fosas nasales. Después, nada.


Desperté tiempo después. Supuse que serían las siete de la mañana, pues los primeros rayos de sol entraban vergonzosos por una ventana situada en el techo de la estancia.
Abrí los ojos de golpe. Esa no era mi habitación. Acababa de caer.
Era una sala de paredes blancas y suelo enmoquetado negro. Yo estaba acostada en una cama de matrimonio con colchas de distintos tonos marrones y almohadas blancas, y un cabezal de madera que escalaba la pared hasta el techo hasta fusionarse con la enorme estantería de madera que se elevaba justo delante de mí, pegada a la pared de enfrente. Una bonita televisión se distinguía justo en su centro.
Me eché un vistazo. Seguía con mi pijama.
Me levanté de la cama y andé por la habitación, observándolo todo.
—¿Qué clase de sitio es este...?
Me sobresalté al oír la puerta abrirse.
—Vaya, veo que ya te has despertado. ¿Cómo has dormido?
—...
No sabía qué decir. Aún estaba un poco drogada por el cloroformo y porque me acababa de despertar. Además, lo único que quería hacer en esos momentos era descuartizar a Baró, quien me había llevado a ese sitio.
—Veo que estás enfadada... No me extraña. Ya se te pasará.
—¡Qué se me pasará! ¿Tú sabes que el secuestro es un delito que se pena con la cárcel?
—Baja los humos, niñata. Te he salvado la vida: deberías estar agradecida.
—¿Salvarme la vida? ¿De qué cojones hablas?
—Ayer La Por asaltó tu casa.
—¿La qué?
—La Por, ese grupo al que tu llamas mafia.
—Osea, donde tú estás metida. Asquerosa. ¿Y por qué mi casa? ¿Qué han hecho? ¿Y mi familia? —me había acercado mucho a la chica intentando reprimir el enfado, pero ella no mostraba el más mínimo atisbo de miedo o alteración.
—¡Deberías dar las gracias porque te he salvado la vida y dejar de insultarme!
Sin siquiera pensarlo mi mano se vio de repente golpeando su pómulo derecho y dejándola suficientemente marcada como para que no se vaya en un buen rato.
—Oh, no has debido hacer eso...
Sentí un fuerte golpe en el labio y tras eso, me encontré en el suelo con un increíble dolor de espada por culpa de la caída. Un terrible grito se me escapó de entre los labios al intentar levantarme. Miré hacia arriba y vi a Baró preparándose para asestarme de nuevo un puñetazo en la cara, pero nunca llegó, pues justo cuando yo ya estaba cerrando los ojos dispuesta a recibirlo apareció ''alguien'', cuya voz ya sabía de memoria.
—¿Qué te crees que estás haciendo? ¡Déjala en paz! Te envié por ella para ayudarla, idiota, ¡no para matarla tú! Vete de aquí. ¡YA!
Dicho y hecho, tras mirarme mal, Baró salió de la habitación.
—¿Estás bien? —me preguntó Scott tendiéndome la mano para ayudar a levantarme.
Asentí con la cabeza.
Me sonrió y miró mis labios.
—Lo tienes roto... Habrá que coser —me dijo a la vez que posaba su mano en mi mentón—. Ven, sígueme.

Me dirigió, a través de una serie de pasillos y salas interminables a una habitación enorme en la que había un par de camillas y bastantes, aunque no abundantes, armarios con utensilios médicos y medicinas.
—Te traigo a la nueva, Harries. Ya se ha metido en problemas.
Espera, ¿Harries? ¿De qué me suena ese nombre?
—Anda que has tardado, guapa —comentó riendo el chico que estaba de espaldas al fondo de la sala.
Estaba agachado buscando algo en uno de los armarios y cuando se dio la vuelta tardé unos pocos segundos en reconocerle. ¡Ya está! ¡Es él!
—¿Tú?
—Yo —respondió con una gran sonrisa.
—Pero... pero... —miré alternativamente a los dos chicos—. ¿Finn?
—El mismo —sonrió de nuevo—. Siéntate —me dijo dando un par de golpes a una de las camillas—. Vamos a curarte eso.
—Bueno, os dejo aquí. Luego nos vemos —se despidió Scott antes de desaparecer por la puerta.
Finn se sentó justo delante de mí para curarme el labio. Estuvimos bastante tiempo en silencio, mientras el me limpiaba la herida.
—¿Cómo te has hecho esto?
—Le pegué a Baró y ella me devolvió el golpe —respondí, tímida.
—Menuda bienvenida —dijo sarcástico, y volvió a reír.
—Sí...
Reí yo también, y después volvimos a quedarnos en silencio. Me cosió la herida. ¡Sí que pega fuerte esa tía!
—Ya está. Intenta no pelearte hasta dentro de un rato. —Colocó todo los que había utilizado y volvió a sentarse enfrente de mí.
—¿Qué haces aquí, sea donde sea que estemos? —le pregunté de repente.
—Lo mismo que tú.
—¿Y qué hago yo aquí?
—¿No te lo han dicho?
—Sólo que han asaltado mi casa... Pero no sé nada más. ¿Qué ha pasado con mi familia?
—Por lo poco que he podido oír, ya que no cuentan nada a los internos, al parecer La Por registró tu casa y tal fue su enfado al no encontrar a nadie dentro que la quemaron.
¿Que la quemaron...? El lugar donde he vivido toda mi vida, convertido en cenizas.
—Joder... —susurré entre lágrimas llevándome las manos a la cara. De repente caí en una cosa que había dicho—. Espera, ¿no encontraron a nadie?
Él negó con la cabeza.
—No me preguntes por qué, porque no lo sé. Ahora deberías calmarte. Ven.
Me abrazó y me alcanzó unos papeles para secarme las lágrimas. Me sonrió y se levantó para ir hacia donde estaba cuando entré a la sala. Entonces me di cuenta de que cojeaba.
—Cojeas un poco... ¿Cómo tienes la pierna? Ya ni me acordaba.
—¿Eh? —la miró y volvió con su sonrisa hacia mí—. Ah, sí. Ya está bien, aunque los médicos me dijeron que no quiere regenerarse del todo, así que tengo una cojera perpetua.
—Lo siento...
—No lo sientas. Mejor cojo que sin pierna, ¿no crees? He tenido suerte.
Asentí. Tiene toda la razón del mundo. Me sorprende lo positivo que es con todo. Desde que le conocí no ha borrado la sonrisa de su cara. Desde luego, es especial.
—No me has respondido antes... ¿qué haces aquí exactamente? —le pregunté tímida. Ya le estaba haciendo demasiadas preguntas y acabaría por hartarse de mí.
—Ah, no me han dicho mucho. Sólo: «Es todo para protegeros. Lo entenderás más adelante, cuando estéis todos reunidos.»
—¿Quiénes somos todos?
Su respuesta fue un movimiento de hombros en señal de que no conocía la respuesta.
—Lo sabréis ahora mismo. Seguidme.
Scott había vuelto a aparecer por la puerta y nos hablaba apoyado en el marco de ésta.
Finn y yo intercambiamos miradas. Por fin llegan las respuestas.

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