También en Wattpad:

domingo, 17 de agosto de 2014

Capítulo 6.

A penas pude dormir.
María se quedó en mi casa la noche anterior y estuvimos hasta avanzadas horas de la noche hablando sobre lo que había pasado horas antes.

—Vamos Nerea, muévete o el profesor de matemáticas nos pondrá en evidencia delante de la clase –me decía mientras se calzaba sus bailarinas. Yo tenía la cabeza apoyada contra el armario y con la camiseta colgando del cuello, a medio poner.
—Tengo sueño. Solo hemos dormido cuatro horas.
—Yo también tengo sueño y mírame –me respondió dando pequeños saltos como un canguro de un lado a otro de la habitación–. Tachán.
La miré de reojo. Parecía tonta, pero me hizo gracia verla, así que reí y, con mucho esfuerzo conseguí despegarme del armario, dejando un círculo rojo en mi frente por la presión, y seguí vistiéndome.
Cabe decir que con un gran esfuerzo por mi parte.

Media hora después ya poníamos el pie en el instituto, llevadas por mi prima, de nuevo, cuyas preguntas sobre por qué estábamos tan cansadas y tan raras no cesaban. Además de alguna que otra broma sobre nuestras caras de drogadictas-alcohólicas.
La mañana fue como siempre, excepto por alguna que otra pregunta por el gran parche que llevaba en la parte alta de mi frente, tapando la herida que el día anterior me había hecho al caer. Al final el profesor de matemáticas, “Don Quintín”, como algunos lo llaman, nos castigó por llegar dos minutos tarde, y la maestra de inglés volvió a romper otro par de gafas. La explicación simple es que sufre un trastorno de bipolaridad.


—Bueno, y para terminar la última clase de hoy, tengo una sorpresa para vosotros, queridos alumnos –decía nuestra pelirroja profesora de arte plantándose delante de la pizarra–. Os voy a mandar un trabajo que consistirá en hacer un dibujo al óleo en lienzo –un quejido grupal inundó la clase–. No os quejéis chicos. Lo divertido va a ser que lo haréis por parejas y consistirá en hacer un cuadro que deberá tener, de una manera u otra, relación con el del compañero. Me explico –se dirigió hacia su mesa y sacó de debajo un par de cuadros–: en estos cuadros podéis ver cómo en uno, hay un candado cerrado y en el otro una llave con los mismos motivos decorativos que el cerrojo, además, hay una cinta rosa en cada cuadro, que si unimos forman una. Esto es a lo que me refiero: compatibilidad. No es tan difícil –habló, guardando, mientras, los cuadros. Resoplé.
—Ya, pero siempre cuesta ponerle ganas.
—Pues habrá que dejar de ser tan vagos y hacer algo productivo, Nerea –roté los ojos.
—En fin, al menos podemos hacer algo razonable. Total, nos conocemos bastante –le dije a María, pero fui interrumpida por la maestra.
—Ah, no, no, no... –rió–. No se lo he dicho: las parejas las he elegido yo. Ya las tengo distribuidas.
—¿Qué? Pero, ¿por qué? –preguntó Alexis, un compañero.
—Porque los conozco muy bien, señores, y quiero evitar que elijan a los mismos de siempre –mierda– ya que sé que será demasiado fácil. Por eso voy a complicarlo un poco, además, os ayudará a relacionaros con más gente con la que no soléis hablar -volvió a su mesa y se sentó en ella. Cogió su libreta y la abrió por una página donde había un montón de nombres.
Empezó a nombrar a todas las parejas que ella misma había elegido para el dichoso trabajo, mientras que yo tenía la barbilla apoyada en mi mano.
—María Llano con Rosa Pérez –oh, no–, y Nerea Dou con Scott Parnell.
—Cómo no –dije en voz alta, expulsado un gran y sonoro resoplo.
—¿Tiene algún problema, señorita Dou?
—No, claro que no. A sus órdenes, señora –ironicé.
—No le hables así a nuestra profesora, Nerea. Muy mal –rió él un par de filas más atrás que yo.
—Tú te callas.

Estuve todo el camino a casa hablando con María sobre lo molesto que iba a ser tener que trabajar con Scott. Por una parte no quería estar tanto tiempo con él, porque me ponía nerviosa, pero por otra parte sí que tenía ganas de pasar el rato fuese necesario, todo para saciar la intriga que despertaba en mí ese chico de precioso ojos azules. Y me odiaba a mí misma porque hubiese una parte de mí que sí quisiera conocerle.

—Bueno chicas, me voy a comprar. Si necesitáis algo, me llamáis –nos dijo mi madre saliendo por la puerta.
—Sí, mamá –le contesté y cerró la puerta con un sonoro portazo–. Que delicada es –reímos mi amiga y yo.
—Y que lo digas... Bueno, creo que esto ya está –informó cerrando su libro de ciencias y metiendo todo a su mochila–. Oye, Nerea, ¿te parece que cuando termines vayamos al hospital?
—¿Para qué? –no dejé que contestara, porque con su mirada me lo dijo todo–. Oh, no María... No quiero involucrarnos más en el asunto. No –sentencié volviendo a mis deberes.
—Vamos, será un rato nada más. Además, le ayudamos a salvarse. Seguro que quiere darnos las gracias.
—Seguro –ironicé. A partir de ahí, durante los tres minutos siguientes, no hizo más que rogarme por ello.
Muy a mi pesar, accedí.
—Bueno vale. Que pesada eres. No te quedas sin aire, eh. Iremos, pero no nos quedamos mucho rato.
—¡Bien! Gracias.
Tal y como le dije, fuimos justo después de que yo terminase mis tareas.
El hospital quedaba bastante lejos de mi casa, así que tuvimos que ir mediante autobús. Tardamos bastante en llegar, alrededor de cuarenta y cinco minutos, más o menos.
—Perdone, venimos a ver a un chico que fue ingresado ayer. Pelo castaño y ojos del mismo color. Lo trajeron porque había recibido un balazo en la pierna. ¿Sabe si está estable? ¿Puede recibir visitas? –hablaba María con la recepcionista.
—Sí, claro, ya está despierto y puede recibir visitas. ¿Son familiares? –yo negué con la cabeza.
—No, no. Somos las chicas que lo encontraron herido –la mujer tecleó en su ordenador. Desde que habíamos entrado no había podido dejar de mirarla.
A juzgar por su aspecto, tendría unos sesenta y pocos años. A punto de jubilarse, seguramente. Era una mujer de apariencia débil y menuda. Su piel era blanca como la leche y muy arrugada, reflejo del transcurso de su, aparentemente, aburrida y pesada vida. Tenía los ojos verdes pardos, con los párpados extremadamente maquillados de un azul intenso, y delineados de mala manera. Sus labios eran finos, tanto que apenas se distinguirían si no fuese por el lápiz labial rojo que los resaltaba, y sobre su nariz, pequeña y aguileña, reposaban unas grandes gafas redondas de montura blanca, muy llamativas a pesar de su discreto color.
—De acuerdo. Habitación doscientos treinta y seis, tercera planta.
—Gracias.
Subimos directas a donde nos marcó la simpática recepcionista, con alguna ayuda de los médicos que nos encontramos por los pasillos.
El último al que nos encontramos, un hombre de unos aparentes cuarenta años, calvo y de ojos azules que vestía una larga bata blanca, nos acompañó hasta la sala, donde nos dijo que nos quedásemos un momento en la puerta, mientras él entraba.
—Señor Harries, unas señoritas han venido a visitarle. Dicen que son las que le encontraron ayer -oímos la voz del doctor en el interior de la habitación. Después se hizo el silencio durante unos cuantos segundos, hasta que le vimos salir por la puerta. Nos dio paso con una suave inclinación de cabeza y se marchó por uno de los pasillos.
María fue la primera en pisar el interior del cuarto.
—Permiso –dijo con vergüenza, mientras entraba a paso lento.
Nada más acceder al interior se podía ver perfectamente todo el lugar. La cama en la que se encontraba el chico estaba pegada a la pared izquierda, al lado de las ventanas, y en la pared de la derecha, justo en frente de la cama se situaba un gran sofá de color granate oscuro, que se podía ver de lado al abrir la puerta, y donde pude distinguir que había una mujer tumbada, durmiendo.
—Vaya, hola, me alegra poder veros sin tener una bala incrustada en el gemelo. Pensé que no ibais a venir.
—Sí, bueno, queríamos ver cómo estabas. Me asustó bastante verte así –rió nerviosa María, mientras miraba fijamente los ojos del chico.
—¿Tu pierna está bien? –pregunté, atrayendo la atención de él, que miraba a María.
—¿Eh? Ah, sí. Afortunadamente no ha llegado muy lejos ni ha tocado hueso. Y ayudaste mucho presionando la herida, así que me recuperaré, aunque tardaré bastante –me sonrió. Vaya, es bastante guapo.
—Me alegro. Por cierto, soy Nerea –me presenté–, y ella es María.
—Encantado. Yo soy Finn –volvió a sonreírnos, esta vez a las dos. En ese momento oímos ruido en la zona donde se encontraba el sofá, por lo que dirigimos nuestra atención hacia allí–. Oh, mamá.
—Así que vosotras sois las que salvasteis a mi hijo, eh. No sabéis lo mucho que os lo agradezco –nos agradeció la mujer que anteriormente habíamos encontrado durmiendo en el sofá, mientras nos abrazaba fuertemente. Era una mujer bastante amplia y robusta, de brazos y piernas anchas, y de altura igual que yo. Su pelo era largo y liso, de color rubio y ojos azules eléctricos. Quién diría que es su madre–. Ay, mi pequeño Finn...
—Mamá, tengo diecisiete años, por favor –dijo, apartando de su propia cara la mano de su madre, cual había puesto para acariciarle la mejilla. Reímos.
—Bueno, ya te dejo. Iré a tomarme un té a la cafetería del hospital. Encantada de conoceros, chicas –le sonreímos y, dicho eso, cogió su bolso y salió de la habitación.
—Y... Finn, ¿no te han preguntado nada sobre cómo acabaste con un balazo en la pierna? –negó con la cabeza, también notoriamente extrañado–. ¿Ni cómo te encontramos?
—No, no me han preguntado nada de nada. Simplemente se han dedicado a curarme. ¿A vosotras tampoco os han interrogado?
—Qué va. No hemos dicho nada a nadie. Nos lo hemos guardado. No quiero meterme en líos –contesté.
—¿Y tu madre? Te habrá dicho algo –le dijo María.
—Tampoco. Ni si quiera ella me ha planteado una sola cuestión...
—Qué raro... –comentó María, con una mano en su barbilla.
—Sí... ¿Y cómo conseguisteis encontrarme?
—Tus aullidos nos guiaron –le respondí, graciosa. Él rió–. Y tú, ¿cómo llegaste ahí?
—Si queréis saber la verdad, no lo sé. Lo único de lo que me acuerdo es que yo estaba caminando en dirección a un restaurante de comida rápida para picar algo, cuando noté que algo me atravesaba la pierna, caí al suelo, cuando levanté la mirada, vi al hombre que te atacó –me dijo a mí–, y lo siguiente que recuerdo es verme tirado en aquel lugar detrás de aquella fea casa.
—Vale, es muy extraño... –comentó mi amiga mirándome a mí, haciendo énfasis en el “muy”.
—¿Recuerdas haberte dado un golpe en la cabeza al caer al suelo? A lo mejor te desmayaste por eso... –él negó con la cabeza.
Me quedé mirando fijamente a algún punto de la habitación, pensando, cuando el sonido de la puerta irrumpió en la sala. Volteamos a ver.
—Señoritas, la hora de visitas está a punto de terminar. El señorito Harries necesita descansar.
—Sí doctor, enseguida nos vamos –el hombre asintió con la cabeza y salió de la habitación.
—Bueno, un placer poder haberte conocido sin que nadie nos amenazase con un cuchillo –se despidió María.
—Lo mismo digo –sonrió él–. Espero volver a veros por aquí.
—Seguro –confirmé con una sonrisa, mientras andábamos hacia la puerta.
—Por cierto, recupérate –me dijo, señalándose la frente, dando a entender que se refería a mi herida.
Yo también me llevé la mano a la frente, tocando la venda.
—Ah, sí, gracias. Cuatro puntos no son nada –reí–. Hasta pronto.
Y salimos por la puerta, cerrando tras nosotras.
En la planta baja nos encontramos a la señora Harries, que ya subía para volver con su hijo. Nos despedimos de ella y nos volvió a dar las gracias.
Cuando ya estuvimos en recepción, paré en seco y decidí acercarme de nuevo a la mujer mayor que nos atendió nada más llegar. Recordé que nuestra maestra de gimnasia, según, estaba allí, por lo que no estaría mal pasarnos la próxima vez que fuésemos a visitar a Finn.
—Perdone –llamé la atención de la extravagante mujer.
—Oh, hola de nuevo, señoritas. ¿Ya han visitado a su amigo?
—Sí, sí, ya lo hemos hecho. ¿Puede decirnos si se encuentra aquí una tal señora Bachmann? No sé cómo es su nombre de pila. Somos alumnas suyas –la mujer volvió su vista al ordenador y buscó, y buscó, y volvió a buscar.
—Lo lamento, aquí no hay ninguna mujer que se apellide Bachmann. Puede que esté en otro hospital. Se habrán confundido.
María y yo cruzamos miradas, desconcertadas. Nos habían dicho que estaba allí. Todo el instituto lo decía. Incluso había oído a profesores haberlo comentado.
—Muchas gracias. Adiós –se despidió María, y salimos del hospital.
Todo estaba resultando ser un poco inusual. Mi vida en sí estaba siendo, últimamente, muy rara.

Llegamos a mi casa sobre las ocho y media, esta vez cogiendo un taxi. María recogió sus cosas y se marchó hacia su barrio. Yo me di un baño largo de espuma, para despojarme de toda la tensión que tenía acumulada en el cuerpo. Una hora más tarde, cuando logré salir de la bañera totalmente relajada, mis padres y mi hermano ya estaban en casa. Cenamos y charlamos. Me preguntaron sobre qué habíamos hecho hoy, y les contesté que solo había salido a dar un paseo con María. Por el momento prefería que todo lo que había pasado el día anterior quedase escondido para mi familia, incluyendo la existencia de Finn.
Sobre las diez decidí acostarme, puesto que quería recuperar todas las horas de sueño que había desperdiciado la pasada noche.
Ya notaba cómo caía en el sueño, cuando mi móvil sonó justo al lado de mi cabeza. Apoyado en la mesilla de noche.
—Joder –susurré, abriendo los ojos. Se me había olvidado ponerlo en silencio.
Me incorporé, sentándome con las piernas cruzadas sobre el colchón, y desbloqueé el teléfono.

-Keegan: Nereaaaaaaaa -22:06
-Por dios Keegan, ¿qué quieres? Ya estaba casi durmiendo -22:07
-Keegan: Perdona, perdona. Pero es que esto es urgente. Tengo algo que te puede gustar -22:07
-¿Qué es? -22:07
-Keegan: Aaah, sorpresa. Lo único que te digo es que mañana te recojo yo para ir al instituto. Te tocaré el timbre, y no me hagas mucho esperar porque me largo sin ti. -22:08
-Vale, pero dime qué es, porfiii. -22:08
-Keegan: Sí, claro, ahora mismo. Buenas noches -22:09
'Última vez a las 22:09'

Y ahí se quedó la conversación. No volvió a conectarse en los tres minutos siguientes en los que estuve esperando a que me dijera algo más frente a la pantalla.


-Que te den, Hobbs .l. -22:12

2 comentarios:

  1. Me ha encantado, en serio. Ayer me pasé por aquí y comenté. Pero al parecer el estúpido de mi ordenador no publicó. -.- Pido disculpas. Bueno, volviendo al capítulo... SIGUEEEE, ME HAS DEJADO INTRIGADAAAA. De cada vez tengo más preguntas en mi cabeza. Contéstalas con un capítulo rápido por fissss.

    ResponderEliminar
  2. Finn el humanooooo jajaja es broma. Me encanta el capi te deja con intriga, mucha intriga.

    ResponderEliminar