''If you ever find yourself stuck on
the middle of the sea,
I'll sail the world to find you.
If you ever find yourself lost in
the dark and you can't see,
I'll be the light, to guide you...''
Count On Me de Bruno Mars resonó por todo el salón.
Me levanté de uno de los taburetes
de la isla de la cocina y salí de ella, pasando a la habitación de donde
procedía la música.
Encontré mi móvil debajo de uno de
los cojines del sofá y atendí a la llamada. Después de comprobar que era la
misma llamada de todos los días procedente de mi prima para decirme que estaría
en la puerta de mi casa en cinco minutos, colgué.
Volví a la cocina, me terminé los
cereales con leche que estaba desayunando, me lavé los dientes y salí al
porche, con mi mochila a la espalda y el Smartphone en el bolsillo del
pantalón. Bajé los tres escalones que me separaban del suelo y me subí al Seat
Mii rojo de Aroa, mi prima.
—¿No crees que eres demasiado mayor para estar escuchando a los
Cantajuegos? –le pregunté con una sonrisa en la cara mientras cerraba la puerta
del copiloto y me ponía el cinturón.
El caso es que mi prima, aún
teniendo dieciocho años, seguía siendo muy infantil. De hecho, toda su vida
había sido así.
—Oh, buenos día Aroa, ¿cómo has amanecido en esa hermosa mañana de
marzo? Bien, ¿y tú? Perfecta, gracias –ironizó, entablando con ella misma la
típica y sosa conversación que podríamos haber tenido–. Bueno, que me gustan
estas canciones –me respondió al fin.
Llegué a la puerta después de
haberme despedido de mi prima.
Ella tenía dos años más que yo, por
lo que ya estaba terminando bachiller. En mi instituto, veréis, el bachillerato
y la E.S.O se cursan en dos edificios distintos pegados uno al otro, lo cual no
entiendo, ya que todo está dirigido por el mismo personal.
Subí las escaleras hasta el segundo
piso, y entré en una de las puertas del pasillo del fondo, donde tocaba dar mi
primera clase del jueves: Física y Química. Y no, no se me da muy bien, por lo
que era una clase que se me hacía eterna, sobre todo si era a primera hora.
Abrí la puerta y me senté en mi
sitio, colocando mi mochila encima de la mesa.
El maestro, como siempre, tardaba un
rato en llegar, así que decidí sacar el móvil y mandarle un WhatsApp a María,
buena amiga mía, y de las pocas que tengo.
-Hey, ¿dónde estás? No te he
visto al llegar. -08:10
-María: Estoy en mi casa.
Me he despertado esta mañana con un dolor de cabeza catastrófico. -08:11
-¿Y qué haces con el móvil, eh? -08:11
-María: Responderte,
lumbreras. Es que me importas tanto que no quiero que hables sola. -08:12
-Sí, ya… bueno, el amargado este
ya ha llegado. Voy a ver qué tortura me hace pasar esta mañana. Ale, hasta
luego. -08:13
-María: Que penita
das. Luego hablamos, kisses. -08:13
Guardé el móvil de nuevo en mi bolsillo y saqué los deberes. Estuvimos así durante una media hora, hasta que llamaron a la puerta. El maestro asomó la cabeza y salió al pasillo, cerrando la puerta tras de sí.
Como siempre, se oyeron murmullos
por toda la clase, hablando de sus cosas.
Yo le pregunté a Elisa, mi compañera
de mesa, un par de cosas, hasta que volvió a entrar el maestro y se dirigió a
toda la clase.
—Un poco de silencio, por favor –el ruido cesó–. Gracias. Quiero
presentaros a un nuevo compañero de clase.
En ese instante apareció un chico
alto, de piel morena como si de alguien que hubiese vivido toda su vida en la
playa se tratase, pelo negro y ojos de un azul claro e intenso, tan profundos y
misteriosos como el mar. Iba vestido con una camiseta básica azul oscura, unos
pantalones anchos caídos vaqueros negro y unas zapatillas DC negras altas. Todo
eso rematado con unas gafas de sol negras en su cabeza. Me llamó mucho la
atención.
—Se llama Scott Parnell y espero que lo tratéis lo mejor posible
–nos comentó–. Puedes sentarte en el sitio que hay al lado de Carlos, allí al
fondo.
El nuevo compañero se sentó donde el
maestro le indicó.
La clase pasó lenta, como de
costumbre, al igual que todas las demás. Cuando al final pude salir de aquella
cárcel, hablé con mi prima y le dije que no hacía falta que me llevase a casa,
ya que había quedado con María para comer en su casa.
—¡Hey, hey, hey! –me saludó una voz a mi izquierda.
Levanté la cabeza y sonreí al ver
quién era.
—¡Keegan! –me levanté del banco en el que estaba sentada, justo en
el jardín de la acera de enfrente del instituto. Me abracé a él y nos volvimos
a sentar en el banco.
Keegan es mi mejor amigo, bueno,
aparte de María. Es rubio medio oscuro y tiene los ojos de un azul precioso
súper claro. Lleva unas dilataciones no muy grandes en cada oreja y un piercing de cruzado en la parte inferior del
labio. Siendo sincera, si sumamos eso a su imponente altura y a su muy bien
trabajado cuerpo, es uno de esos chicos por los que pagarías solo porque te
mirase. Le conozco desde que tenía seis años, cuando llegó nuevo a mi escuela.
Él nació en California y a esa edad se vino con su madre a España, instalándose
aquí, en Barcelona. Su madre y la mía se hicieron muy amigas y desde entonces
no nos hemos vuelto a separar. Es de la pocas personas que valen de verdad la
pena.
—Dime –me dio una magdalena con trocitos de chocolate de esas que
hacía su madre tan ricas–, ¿cuál es el plan para hoy?
—Comeremos en casa de María, haremos los deberes e iremos de
compras –sonreí. Sabía que eso de ir de compras no le entusiasmaba, y mucho
menos si era con nosotras. ¿Por qué? Bueno, digamos que siempre poníamos de
excusa sus enormes brazos para que transportase las bolsas.
—Oh, por dios, ¿no tengo otra opción?
—No. Así que vamos, levanta, que María nos espera –dije,
despegándome del banco y tirando de él. Me miró con cara de muerto y se acabó
por levantar él solito.
Llegamos a la casa de nuestra amiga
diez minutos después.
Una vez ya hubimos comido, nos
fuimos a su cuarto.
—Dios, que macarrones hace tu madre... –habló Keegan tumbado en la
cama de María, frotándose la barriga–. ¡Son obra de Dios!
—¿Es necesario que digas eso todas –preguntó ella enfatizando la
palabra “todas”– las veces que comas en mi casa?
—¡Sí!
Estuvimos jugando a la Play
Station toda la tarde, además de terminar los deberes.
Después de andar durante hora y
media por tiendas y haberme gastado casi toda la paga de la semana anterior,
paramos a tomarnos algo en una terraza de un bar de Las Ramblas.
Cuando terminamos, acompañamos a
María a su casa y Keegan y yo nos fuimos. Nuestras casas estaban en la misma
calle, apenas nos separaban un par de viviendas más, por lo que solíamos estar
mucho tiempo juntos.
Esa noche mis padres tenían cena de
trabajo y mi hermano se había quedado a dormir en casa de uno de sus amigos,
por lo que me tocaba quedarme sola en casa.
Ya había planeado todo para la
noche: película, sofá, palomitas y mi mantita de Tom y Jerry.
Acababa de salir de la ducha cuando
me llegó un WhatsApp de una compañera de clase:
-Claudia: Atención: Os
informo que hoy hay fiesta en mi casa a partir de las 23:00. Os espero a todos
y no admito un 'no' por respuesta. Hasta lue'.
PD: Acordaos de traer comida.
-21:06
Me quedé mirando el teléfono. ¿Una
fiesta, tan tarde, un lunes?
Mientras me secaba el pelo estuve
meditando un rato, hasta que decidí que debía ir, ya que aunque no hubiera
habido fiesta, me habría acostado tarde igualmente.
-¿Qué te piensas poner para la
fiesta? -21:20
-María: ¿Tú también vas? En
ese caso, no sé qué me pondré. Ahora empezaré a remover el armario a ver qué
encuentro. -21:21
-Va. Paso a por ti a las 22:45.
Como no estés lista, me voy sin ti. -21:21
-María: Que sii... Voy a ver
si se viene Keegan. Nos vemos todos en mi casa a esa hora. Chaitoooooo. -21:23
Salí del baño, envuelta en mi toalla rumbo a mi habitación.
Después de diez minutos decidiendo
qué ponerme, al final me decanté por un vestido casual blanco a medio muslo con
un cinturón marrón finito. Elegí unos botines de cuña negros y como abrigo, una
rebeca también negra.
Cuando llegamos al chalet de
Claudia nos quedamos delante de la fachada, mirándola fijamente. Habíamos ido
más veces pero siempre impresionaba. Era muy grande, y si le sumamos la
cantidad de luces de colores que salían por las ventanas y por la puerta
principal, además de la música que se oía desde un par de calles a lo lejos...
Pues eso. Es una casa preciosa.
Entramos y estuvimos hablando con
mucha gente, la mayoría de nuestro mismo instituto. Bebimos y bailamos, y
algunos incluso ligaron.
Con ''algunos'' me refiero a Keegan
y María.
Keegan llamaba la atención de todas
las chicas, gracias a su maravilloso físico, aunque una vez lo conocías, eso no
era lo único que te llamaba la atención, pues es el chico más dulce, amable, y
a la misma vez sexy que he conocido en mi vida. Y sí, lo sé, es mi mejor amigo,
pero tengo ojos en la cara.
Y María no se quedaba atrás. Ella
también llevaba a todos de cabeza. Es morena, de pelo rizado largo y castaño
oscuro, al igual que sus ojos, muy, muy profundos. Además: simpática, con una
sonrisa encantadora, lista y con sentido del humor. Cualquiera le podría haber
tenido envidia.
Y claro, luego estaba yo: una chica
de pelo rizado, castaño y ojos marrones claritos con toques amarillos y un
cuerpo con unas pocas curvas más de las que me gustaría. Es decir, no me veo
como una foca, pero adelgazar cinco kilos no me mataría. Pero bueno, intentaba
no deprimirme mucho por ello.
Estaba sentada en una mesa tomando
algo, cuando, al otro lado del salón, vi al nuevo chico de clase. Estaba
sentado en uno de los sillones individuales que rodeaban la mesita de cristal
donde reposaban varias copas de toda clase de bebidas.
A su lado había dos chicas
intentando entablar conversación, pero él parecía totalmente ajeno. Hubo un
momento en el que las chicas se cansaron y pude intuir que le decían un par de
palabras groseras antes de marcharse y dejarlo solo. Tenía el rostro serio y
relajado, y miraba a todas partes, examinando el gran recibidor, que se había
convertido en la pista de baile, y a los que bailaban en ella.
Hubo un momento en el cual nuestras
miradas se encontraron, pero conseguí desviarla.
Me quedé paralizada.
Cuando ese chico me miró, sentí una
especie de descarga eléctrica que me recorrió todo el cuerpo.
¿Qué había pasado?
Cuando volví a mirar, me llevé una
sorpresa, pues no habían pasado ni cinco segundos y él ya se había ido. Miré a
todas partes, pero no lo vi. Me levanté, de manera inconsciente, y busqué por
toda la pista de baile, pero no lo vi. Estaba plantada en medio de la sala,
mirando a todos lados, cuando sentí que alguien me cogía del brazo y tiraba de
mí, apartándome de todo el ajetreo.
—Hey, Nerea, ¿qué haces?
—Pues...
—Déjate de tonterías –me interrumpió María–.Vamos, Keegan está
metido en un embrollo de los buenos. Hay que ayudarle.
—Dios...
Y empezamos a andar.
Ya me imaginaba qué pasaba. En casi
todas las fiestas a las que asistía pasaba lo mismo.
Este chico no nos daba
más que disgustos.